Hay un lugar en el que niños y niñas despliegan todo su potencial y sus capacidades, este lugar es la naturaleza.
Ocurre la magia cuando el adulto que acompaña respira sus propios miedos y creencias limitantes y permite que el niño o niña se relacione con libertad en su hábitat natural. Sin interferencias, sin palabras que transmitan prohibición, tensión o miedo, el niño/niña se acopla con el entorno y comienza un baile de fantasía entre el Ser y su ecosistema: Jugar con agua y tierra, crear barro, fabricar charcos, hacer ramilletes de flores salvajes, escalar los árboles, crear hogueras mágicas con palos y rocas, intentar hacer fuego con piedras, cavar más y más hondo…
En el jardín de La Caracola es donde se dan los primeros aprendizajes y juegos grupales, las primeras conquistas de autonomía cuando consiguen superar retos físicos de enorme expansión (algo que solamente sucede al aire libre). Donde sus voces pueden elevarse tanto como necesiten y sientan, ocupando el espacio en toda su plenitud.
Es maravilloso presenciar sus logros desde la distancia prudencial a la que nos situamos como adultas, desempeñando la labor de facilitar o asistentir sus increíbles misiones: quiero hacer un túnel, quiero fabricar un río, necesito un charco para saltar, puedo subir más alto (pero me da miedo), me gusta chupar hielo, quiero ir más rápido, puedo gritar más fuerte, mira que flor tan linda, ¿¡¡quién quiere comer chocolate!!?, ¿quieres un poco de poción?, oh, ese pájaro está muerto, no quiero el abrigo, necesito mis botas, necesito más agua…
La educación medioambiental se da por sí sola, entrando en contacto directo con la naturaleza y creando vínculos emocionales con el árbol, la parra, la piedra, el palo. Arrancan hojas, ramas y flores, si. Pero lo hacen en construcción de su realidad, de su mundo. Llega el momento en el que esa libertad de relación con el mundo natural cobra sentido. Llega el momento en el que observan la almendra y dicen, tocándola con suavidad: todavía no está madura, hay que esperar. Llega el día en el que aman el ecosistema que les rodea, y forman parte activa de su cuidado y protección.
Y ¿cómo si no así llegaremos a cuidar del futuro de nuestro planeta? Celebremos el día de la Tierra cada día, en cada acción, permitiendo que las futuras generaciones consigan crear una relación de Amor con la madre naturaleza, donde solo tenga cabida el respeto y la conservación.