Los juegos de contacto corporal son frecuentes en el reino animal. Es natural ver cómo cachorros de mamíferos juegan entre ellos a mordisquearse, abalanzarse unos sobre otros o luchar por ser el más fuerte o rápido.

Como mamíferos que somos, también necesitamos realizar este tipo de juego en el que entrenamos habilidades corporales importantes como es el control de la fuerza y la respuesta innata del ser humano a la lucha, que nos ayuda a garantizar la supervivencia.

La lucha es una respuesta que se activa en nuestro cerebro más primitivo para sobrevivir. Gracias a la respuesta de lucha:

  1. Nos protegemos de agresiones que podemos sufrir. Cuando un niño empuja a otro por ejemplo, es natural que salte el instinto de lucha para devolver el empujón como forma de protegerse del ataque.
  2. Conseguimos aquello que deseamos. Si un niño quiere el juguete de otro luchará para arrebatárselo de sus manos.

 Con el tiempo los niños van aprendiendo a regular esta lucha elaborando respuestas positivas que no mermen su asertividad, para ello, la actitud del adulto frente a estas expresiones debe ser de auténtica empatía, comprensión y no juicio.

No debemos olvidar que los niños, cuando juegan a lucha, saben que están en un juego simbólico en el que pueden asumir el rol de defenderse y a la vez el rol de atacar al contrincante para vencer. Cuando uno de los contrincantes  no se siente bien, deja de ser juego.

El adulto sólo debe estar atento a que el juego se desarrolle desde el placer, ofrecerles un espacio seguro para desarrollar su juego con materiales y suelo adecuados, observar que todos los niños implicados estén a gusto en todo momento (por ejemplo preguntándoles si quieren establecer algunas reglas para el juego como no hacerse daño y a partir de ahí ellos van a ir poniendo sus normas de juego según su necesidad).

Los beneficios de “jugar a pelear” son muchos:

  • Fortalecen la motricidad gruesa y fina: ya que necesitan saltar, correr o hacer equilibrios y necesitan control de las manos para agarrarse.
  • Favorece el conocimiento del propio cuerpo: aprenden a dominar su fuerza, reconocer las dimensiones de su cuerpo y el poder de sus músculos.
  • Facilita la comprensión de “causa y efecto”: a través del juego comprenden de manera práctica que sus acciones tienen efectos en las personas que le rodean.
  • Potencia las habilidades sociales: gracias a estos juegos aprenden a ponerse en el lugar de las otras personas asumiendo los diferentes roles de lucha, les da la posibilidad de vivir las pulsiones agresivas con naturalidad estableciendo respuestas alternativas a la agresión, y son mucho más conscientes de respetar los turnos y las reglas de juego que ellos mismos establecen por su propia seguridad física y emocional.
  • Regula la impulsividad: ya que tienen que estar muy pendientes de las respuestas del otro ante sus acciones para que siga siendo divertido.
  • Ayuda a establecer límites personales: ya que tienen que ser muy conscientes en todo momento de su cuerpo, de si el contrincante está siendo más enérgico de lo deseado, de si sobrepasa su límite y tiene que parar el juego, de si le gusta más una manera u otra de investir su cuerpo y su espacio personal.
  • Permite canalizar energía: a través de este juego eliminan energía sobrante pudiendo entrar en un estado de calma después.
  • Expresa la agresividad de manera natural y saludable.

Por otro lado, los juegos de contacto, lucha, poder y competición motriz suelen aparecer también en la etapa de identificación sexual como parte natural de este proceso en el que se explora tanto el lado femenino como el masculino de cada ser.

A veces, el niño busca al adulto para luchar, porque necesitan simbolizar a través del juego lo que el adulto representa para él en ciertos momentos: autoridad, poder, límite, comparación, desigualdad…

A través de la psicomotricidad relacional el niño puede jugar a todo aquello que necesite y el psicomotricista está disponible para el juego: observa, espera, da permiso, facilita y asegura que el entorno sea seguro para todos, acepta las producciones de los niños y les acompaña en el juego desde el mismo lenguaje corporal. Por eso el psicomotricista se mezcla entre los niños, se pone a su altura en el suelo y permite que le utilicen en sus juegos tal como lo necesitan: como enemigo en la lucha o para descargar en él la tensión, para encontrar la mirada que necesitan para sentirse seguros o aceptados, para poder ser más fuerte que el adulto, para recibir un abrazo, para estar seguros dentro de la casa que se han construido, para asegurarse de que no tienen que compartir si no quieren, para que puedan expresar su agresividad sin juicio, para defender su espacio y para expresar su inconsciente a través del juego libre y espontáneo.

Luchar con el adulto y vencerle simboliza para el niño una conquista de su autonomía, una constatación de su poder y su fuerza, la seguridad de seguir avanzando en sus procesos, la liberación de la opresión. Y el júbilo que aparece cuando gana da lugar al nacimiento del placer sensomotriz.

Como vemos, son muchos los beneficios que obtienen los niños con el juego de peleas.

Beatriz S. Garzón.

Psicomotricista relacional.

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